Qué difícil es definir la calidad. Muy difícil. Tan difícil que he decidido inventarme una teoría. Es arbitraria, patillera y además la iré improvisando sobre la marcha. La metodología es poco ortodoxa, pero sirve para afrontar de una manera sencilla lo que yo considero que define este término tan abstracto y escurridizo. La llamaré “Teoría de las cuatro patas”, y también le pondré otro nombre porque sí: La “Teoría de la silla coja”.
La “Teoría de las cuatro patas” se fundamenta en que para que un producto pueda ser considerado “de calidad” tiene que manejarse adecuadamente y no fallar en una serie de cuatro características fundamentales. No es necesario que sea excelente en todas, pero debe tener un desempeño notable. Esta teoría también hace una suposición (atrevida si no directamente falaz), y es que la cadena que lleva el producto al consumidor se va a portar de manera ejemplar en todos los casos. Así pues, se considerarán negligibles los supermercados que conservan botellas a 26ºC con luz directa, los bares que tienen barriles en la terraza aguantando las inclemencias del tiempo día y noche, el camión de [inserte marca de cerveza aquí] aparcado a pleno sol en agosto, etcétera.
Bueno, al lío.
Para que un producto sea de calidad, debe (porque lo digo yo, porque decir es gratis) sustentarse en estos cuatro factores:
La importancia de la Estabilidad en la calidad de la cerveza
Un producto que es bueno pero no lo es cada vez, no es un ‘buen producto’. A lo mejor son distintos ‘buenos productos’ bajo un mismo nombre, pero no es lo mismo. Tenemos que partir de un hecho objetivo y observable, y es que las personas retenemos mucho más las malas experiencias de compra que las buenas. En muchas ferias de antaño (porque esto ya no pasa… porque ya no pasa, ¿no?) probamos muchas cervezas malas, que se tenían que vender porque en caso contrario no salían los números, pero los comentarios generales siempre iban en una dirección: pan para hoy, hambre para mañana. Al público le cuesta mucho repetir cuando un elaborador falla, y esto es así aunque anteriormente haya probado alguna referencia buena.
Así pues, la cerveza (o cualquier otro producto de consumo) se tiene que repetir de la misma manera lote tras lote. Y, cuidado, que esto va más allá de la buena técnica (véase la segunda pata), puede ser una cuestión del gusto del consumidor. Si un cliente encuentra muy buena una cerveza por una serie de características (por la agresividad del lúpulo, por su maltosidad…) se puede “enfadar” si en lotes posteriores, técnicamente perfectos, estas variables que tanto le han gustado cambian (y conste que no miro a nadie, ¿eh BrewDog?). El cliente que quiere sorpresas cambia de marca, el que repite quiere lo que le gustó en primera instancia. Espera, un momento… He nombrado a BewDog. ¿Alguien duda que su Punk IPA es una ‘cerveza de calidad’? Pero si se meó (a chorro gordo, tras comer espárragos) en esta primera pata de la teoría que es la ‘Estabilidad’, ¿no? Bueno, yo personalmente creo que en casos como el de Punk IPA estamos hablando de dos cervezas de calidad distintas bajo el mismo nombre. No es una cerveza que fuese irregular per sé, simplemente cambió de receta y, por supuesto de target. La buena técnica la mantuvo, cosa que nos lleva a la segunda pata.
La importancia de la Técnica en la calidad de la cerveza
En cada arte se valoran una serie de hechos muy distintos. En el que nos ocupa, que es el arte de hacer buena cerveza, podemos enumerar unos cuantos. Para resumir, soltaré que estos hechos suelen definirse en guías de estilos, y no suele depender de qué guía usemos para que sean válidos. La definición de buena técnica cervecera convive de manera etérea e implícita en la guía BJCP, la guía de la BA y cualquier otra guía con cierta solera. Podemos identificar defectos absolutos (cervezas podridas, cervezas con sabor a óxido de hierro, pils con aromas intensos de pedo choricero, etcétera) y otros más difusos que suelen tener que ver con la cantidad de aromáticos (exceso de diacetilo, falta de carácter de lúpulos frutales, falta de ésteres de plátano…). El ajuste a estilo creo que es importante para catalogar la cerveza, para que el cliente sepa qué va a encontrar y para unificar criterios en concursos, pero no a la hora de valorar su calidad (salvo absurdeces flagrantes como una Belgian Blonde de color negro y sabor a chocolate, que sería básicamente un engaño). Por estos motivos, no será difícil calificar una cerveza de técnicamente buena cuando carezca de defectos absolutos, apartando un poco la mirada cuando hablamos de matices más subjetivos. Para poner un ejemplo: todo el mundo está de acuerdo que una persona de 6 años no es adolescente. De la misma manera, tenemos claro que una de 80 tampoco lo es. ¿Pero una de 11 o 12? Podemos tener dudas. Por este motivo es interesante centrarse en lo que es evidente, y dejar el matiz en un discreto segundo plano que no interfiera.
La importancia de la relación Calidad-Precio (Valor añadido/Precio) en la calidad de la cerveza
El valor añadido en principio se puede definir con la frase “qué me das por mi dinero que los demás no me dan”. Parece ajeno a la calidad, porque esto depende en buena medida de lo que uno espere. Existe una “bastardización” del valor fruto del hype y las expectativas, pero si nos ponemos a pensar, la calidad tiende a empoderar el producto. Dicho de otra manera, algo bien hecho y deseable (léase valioso) suele poderse vender más caro. Si de manera abstracta pensamos en “cervezas de calidad”, las primeras que nos vengan a la cabeza, en todas ellas indudablemente habrá alguna característica destacable que nos habrá activado nuestras sinapsis mentales. Me planteo si una cerveza industrial excelentemente insulsa puede ser de calidad si no ofrece casi nada de valor añadido. ¿Casi nada? Más allá de la estabilidad ofrece bebistiblidad, aversión al riesgo y una absoluta falta de ganas de ofender, que para algunas personas no es poca cosa. Y todo esto, claro está, a un coste que podemos situar en la parte baja de la gráfica. ¿Y qué más da el precio como cifra? Da absolutamente igual, si no lo comparamos con todo esto que hemos nombrado.. Si nuestro producto no está en un buen rango, vamos a perder clientela, vamos a desaparecer.
La importancia de las Capacidades del sujeto en la calidad de la cerveza
No nos podemos olvidar de la “responsabilidad” que tiene el comprador a la hora de valorar un producto. En este punto podemos englobar toda una serie de factores: la cultura del comprador, su experiencia, su percepción, etcétera. En la música es muy evidente: una persona que no esté acostumbrada y que no haya disfrutado de mucha música es difícil que valore adecuadamente la Gran Fuga de Beethoven. Para el profano, es un amalgama de sonidos disonantes y casi aleatorios; no goza de la capacidad de apreciar una obra que, para los entendidos, tiene un valor musical incuestionable. El sesgo sobre la calidad de un producto está fuertemente impactado por una cuestión de gusto y de experiencia.
No nos podemos olvidar de la “responsabilidad” que tiene el comprador a la hora de valorar un producto.
El sesgo sobre la calidad de un producto está fuertemente impactado por una cuestión de gusto y de experiencia.
Por eso, esta pata, la de las capacidades del sujeto, es un dedo más corta que las otras tres, y provoca que la silla constantemente esté bailando. No es descartable que un buen analista de sillas (si es que esto existe) opte por arrancar esta pata y transformar el artefacto en taburete.
He estado dándole vueltas a la cuestión de si la calidad de un producto es 100% objetiva y he “querido” decidir que no. Creo que lo subjetivo juega un contrapunto interesante. Podríamos meter por aquí la cultura, la sociedad, nuestra coyuntura… La calidad de hoy no tiene por qué ser la calidad del mañana, aunque tengo la percepción que la calidad en muchos casos trasciende. La calidad parece ser duradera.
En fin, creo que no he arrojado nada de luz a la pregunta sobre qué es la calidad. Lo único que me queda claro es que es un tema sin una verdad absoluta. Habrá que seguir dando vueltas al asunto, en una noria de temas irresolubles. Mira, por ahí viene el tema de “qué es el craft.” Ni tan siquiera un ensayo de Peter Brown ha logrado frenarlo.
Marc Roig Casanovas
Soy aficionado a la cerveza desde 2004, cuando probé mi primera Hoegaarden. Luego vinieron mi primera Rochefort 8, mi primera Cuvée Delphine, mi primera Cantillon Kriek, mi primera Pura Pale, mi primera Green Madness y mi primera Urquell de tanque. Así pues, en la rueda de hamster de todo cervecero que se precie estoy en el punto del retorno a las lagers, ya limpio del pecado original de considerarlas aburridas e insulsas. Por mi suerte y mi desgracia, también me gustan todos los demás estilos.
Me saqué el título de juez cervecero leyendo libros de cerveza mientras bebía multitud de marcas y variedades. Me sigue pareciendo una doble actividad casi insuperable y un motivo más que suficiente para haberlo hecho. Este y también poder achinar los ojos y escrutar al que te dice en las ferias “no se ha contaminado, es una Flemish Red IPA“.
Interesante teoría, aunque yo la cuarta pata, en vez de dejarla un dedo más corta, la dejaría un dedo más larga. Lo digo en el sentido de la importancia que tiene actualmente la valoración (impresión) del consumidor. A los hechos me remito: en Untappd hay cervezas técnicamente impecables, ajustadas a su estilo y con repetibilidad de los lotes, pero que NO gozan de una excelente puntuación. Otra cosa es que no queramos seguir el juego a la “dictadura” que supone Untappd, pero ese ya es otro debate.
Tienes toda la razón, y algunas de mis cervezas favoritas (técnicamente impecables para más inri) tienen un miserable 3.6 en Untappd. Pero prefiero pensar que Untappd y la calidad son agua y aceite. Aunque a nivel de impacto para el negocio sí que la pata n4 es muy larga, como bien indicas.